Memorias privadas y confesiones de un pecador justificado (1824) está considerada como una de las mejores y más agudas representaciones del mal y del diablo en la literatura británica.
Publicada de forma anónima, la novela se divide en dos partes.
La primera, “Relato del editor”, presenta los acontecimientos desde un punto de vista supuestamente objetivo, y se puede leer más como una intriga policial que como un relato fantástico.
La segunda parte, las “memorias” propiamente dichas, nos cuenta la vida de Robert Wrinhim, villano y antihéroe trágico de la novela.
Hijo natural de un fanático reverendo y la noble Lady Dalcastle, Robert es educado en la creencia de la salvación por la fe y la predestinación.
El mismo día en que el reverendo le comunica que es un «justificado», elegido para una salvación incondicional, Robert conoce a Gil-Martin, un extrario personaje que se convertirá en su «alter ego», le acompañará en sus peripecias y le arrastrará a cometer los crímenes más viles, bajo la coartada de ser un elegido por la divinidad.
Estas memorias constituyen una de las mejores reflexiones sobre el tema de la duplicidad del ser funano en clave gótica, digna de figurar junto a Los elixires del diablo, de Hoffinann, “William Wilson”, de Poe, o El doctor Jekyll y Mr. Hyde, de Stevenson.
James Hogg (1770-1835), hijo de un granjero escocés culto y religioso, pasó la mayor parte de su juventud y vida adulta como pastor de vacas, tras la quiebra de la granja familiar: Su madre era coleccionista de baladas populares, por lo que su formación autodidacta se nutrió de lecturas familiares de la Biblia y de cuentos y leyendas populares de Escocia.
La lectura de Robert Burns, el poeta nacional escocés, despertó su vocación de escritor y decidió trasladarse a Edimburgo, donde publicaría novelas, relatos, poesía y obras teatrales, principalmente en la mítica revista literaria Blackwoods Magazine, obras llenas de elementos fantásticos y folclóricos.